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Memento: Dos partes del cielo

Enviado por jcdenton 
Memento: Dos partes del cielo
12-November-2007 13:54
Antes de contestar en este hilo ruego leer el siguiente (no es necesario leer el ejemplo)

[ciudadelas.frenopatico.net]

NO me gustaría encontrar comentarios personales en este hilo. Tan solo continuaciones a la historia.




Editado 1 vez/veces. Última edición el 13/11/2007 15:27 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:55
Camino despacio por una ancha carretera de asfalto. Noto el sol en mi nuca y el fuerte viento golpeándome en la cara. El paisaje no es agradable: un desolado páramo rodeado por montañas como colmillos por todo el horizonte y una vieja torre de hormigón en la distancia cubierta por tantas antenas como púas tiene un erizo en la espalda.

Hay una estilizada avioneta moderna a mitad del camino de asfalto. Tiene la escalerilla bajada y una silueta femeninamente perfilada que parece esperar a los pies de ésta.

Me duele la mandíbula y no sé porqué. De hecho no se nada, ni siquiera sé mi nombre. Pero sigo caminando.
Llevo portando en mi mano derecha una gran maleta de viaje negra, pero es liviana. ¿Qué habrá en su interior si es que no está vacía? ¿Porqué llevaría una maleta vacía?

Vuelvo a mirar a mi alrededor, el lejano horizonte siniestro y monótono de picos dentados.
Tengo algo molestándome la visión, pegado a la frente. Lo toco, lo despego. Es un post-it.
Parece como si me hubieran gastado una broma. Seguramente dirá algo como "soy tonto" o "comida para buitres".

No me da tiempo a leer lo que tiene escrito cuando algo estalla a mi espalda en mil pedazos.
Me agacho y me giro instintívamente para ver como un gran coche arde y se eleva algunos metros sobre el suelo.
El ruido es por un segundo ensordecedor y los cristales rotos del parabrisas vuelan como piedras de honda hasta llegar a mis pies aunque me encuentro lejos del vehículo. Noto el calor momentáneo que trae hasta mí el viento y el corazón se me encoje dejando de latir varios segundos hasta que decide que es la hora de partir de la estación y, como una locomotora a toda marcha, bombea sin parar quemando hasta el último tronco en la caldera que es mi pecho.

No se mi nombre pero poco me importa ahora. Pienso en correr hacia el coche para comprobar si hubiera alguien cerca que necesitara mi ayuda. Pero decido leer la nota adhesiva que aún tengo en mi mano:

"aléjate del coche, ¡¡va a explotar!!"

Diría que es mi letra, si es que puedo reconocer mi letra. Extraño.

Los restos calcinados aún arden. Huelen a tapicería de cuero quemada y a humo de gasolina, como cualquier bar de carretera.

Me quedo varios minutos en blanco observando las llamas y decido que sea cual sea la situación en la que me encuentro tengo que buscar una salida, una vía de escape hasta que pueda saber lo que ocurrió. Comida y agua.

No se ve ni rastro de vida a mi alrededor excepto en la avioneta estacionada en lo que parece que es una pista de aterrizaje en un aeropuerto desierto en medio de ninguna parte. Corro hacia ella aunque temeroso de lo que pueda encontrar.

Una mujer alta y bien abrigada me espera paciente junto a la escalinata observándome divertida pero con una sonrisa de felicidad desbordante y se acerca cuando me detengo a solo unos metros del avión. Lleva una gran gabardina clara que contrasta con su tez claroscura, de mestiza afroamericana. Solo entonces me fijo en mi ropa, para contrastar: voy enchaquetado con esmoquin y corbata.

Me invita con un simple gesto a subir al avión. Dudo unos segundos largos que ella aprovecha para acercarse más y abrazarme con una extraña confianza, besándome, primero con fuerza como si quisiera robarme el alma bebiendo hasta la última gota de mis labios y luego con ternura, varias veces en las mejillas y en la frente. Sus labios saben a un licor dulce y embriagador. Me siento mareado y necesitado de otra ronda de besos.
Ella habla y su voz me suena dulce en los oidos pero contenida, ocultando un carácter fuerte y sabiamente comedido.

-Temí lo peor cuando te vi forcejear con él. Debiste avisarme y hubiera tomado medidas.
¡Vamos, sube, tonto!.

Me besa sin decirme nada, me habla de forcejear ¿con quién? Y quiere que suba a un avión del que no sé nada a no sé donde. Cuanto menos estoy sorprendendido.

Pero me sorprenden más sus ojos ligeramente rasgados, desvelando un origen asiático y exótico. Brillan intesamente pero no sé si de fulgurante sinceridad o porque guardan un reluciente secreto.

Quiero huir de aquí, del páramo, con ella y parece que el avión es el único medio si no quiero caminar durante horas sin saber si encontraré algún pueblo o carretera transitada. Qué diablos, solo por su belleza y esos besos me quedaría aunque descubriera que solo está jugando conmigo Dios sabe porqué motivo.

Me mete la mano entre la gabardina pero no con fines lascivos. Decepción. Saca un libro de notas, ¡mi memento!.

-¡Ya no lo necesitarás!- Me dice como si fuera una guía turística de Toronto.

No me da tiempo a reaccionar cuando ella arranca hojas y las deja caer. El viento se encarga de arrastrarlas lejos, muy lejos. Siento como si me arrancaran recuerdos, la piel de mi alma, a tiras. Estoy paralizado de terror. Mi vida, mi nombre, de donde vengo, como me gano la vida, quien soy al fin y al cabo. Todo estará anotado en esa libreta.
Ella me sonríe y acaba con las últimas hojas que me dicen adiós agitándose en bucles del aire como pañuelos de despedida.

-Ya está. Créeme, es mejor que te deshagas de estos recuerdos. No te servirán de nada allí donde vamos.
Una nueva vida, mi amor.

Decido subir al avión y ella me sigue, tirando de la escalera-puerta hasta cerrar el umbral, mi única salida, de la cárcel alada en la que he ingresado, ésta vez sin identidad ni recuerdos que releer. Me siento como un héroe de comic que en el número 243 descubre que el nuevo-editor-novato de la imprenta ha borrado por error todos los números anteriores. ¿Y mi archienemigo? ¿Quién es? ¿O soy un archivillano? ¿Dónde está mi superguarida? ¿Tenía algún gadget? ¿Algún poder? ¿Es ésta mujer la pareja del héroe o una clon creada por mi mortal oponente para engatusarme después de haberme frito con su rayo desmemorizador? ¿Seré un secundario? Me río de mis estúpidas ocurrencias frikis.
Qué diablos. Apechugando y viviendo el momento.

Me acomodo como si estuviera en mi casa, en unos cómodos sillones de color rojo, situados a lo largo del estrecho pasillo que forma el interior del avión. Ella se quita un gorrito de lana gris-plata liberando una larga melena negra que suelta para mi gozo pillado por sorpresa y atrapándome como a un espectador hipnotizado en un anuncio de gel para cabellos sanísimos que dan un placer orgánico, muy a cámara lenta, revoluciona mi motor al desabrocharse la gabardina, que suelta botón a botón, como chicanes de unas curvas que sin ser cerradas harían estrellarse al mejor piloto de Fórmula uno.

Mientras agita su pelo trato de aguzar la vista explorando con la mirada el valle de Venus pero su ropa no permite apenas ver la ladera de unas colinas que mi ejército de hormonas quiere conquistar a toda costa, coronando sus cumbres de placer y cruzando los montes para jugar con su rosa de los vientos, el centro del mapa carnal, que se asoma bajo los últimos botones de su camisa semiabierta y aún mas al sur, allí donde la selva negra pierde su nombre hasta las profundidades de La Tierra, cual Julio Verne sexual.

Atila deja de soñar en conquistar el mundo pues siente ociosas sus manos, que desean acariciar y no vivir de caricias en sueños pero aguarda el momento oportuno para el ataque.
Trato de relajarme, de no divagar en sueños.

Ella se sienta frente a mi, muy cerca, rozando mis rodillas con las suyas. Me mira curiosa, me guiña un ojo y rompe totalmente la ensoñación al tirar de mi maleta, que he dejado en el suelo entre mis piernas bajo el asiento. Pero ésta vez no me pilla por sorpresa. La retengo y las miro inquisitivo, a ambas. La maleta no me devuelve una mirada adorable y engatusadora pero ahora mismo es tan misteriosa como la dueña de la mirada. Tengo que descubrir el contenido de la maleta antes de que ella meta mano al interior. Y no me sirve distraerla con besos porque está claro que está aún mas interesada en la maleta que yo y acabará adelantándoseme.
Ella hace un amago de sonreir pero parece preocupada.

-¿No lo habrás dejado en la limusina?

-¿Qué he podido dejar...?

Abro lentamente la cremallera de la maleta y descubro lo inesperado, lo impensable: un pato amarillo y rojo de los que encuentras en una bañera, un bote de salsa picante, bolsas de panchitos, patatas fritas, nachos y otros aperitivos, y unas destartaladas piezas de madera carcomida recubiertas por vieja tela unidas por visagras oxidadas. Todo dentro de una gran bolsa de papel de las que se suelen encontrar en lo supermercados.
Esperaba encontrar una bolsa llena de billetes, o armas, o bolsas de cocaina o al menos ropa y comida.
Pero me encuentro los ingredientes de un güateque de adolescentes del dividí, algo que se habrán encontrado en la calle los chavales a los que les robé la compra y un patito de juguete del hermano pequeño de alguno de ellos.

Ella grita:

-¡EL TRÍPTICO!

¿Uhmmm? Recogo esa cosa vieja con cuidado que hay entre las patatas fritas. No oigo el click del seguro de ningún arma en sus manos. Vamos bien, parece que no tiene o no la ha sacado aún.
El Tríptico parece el trabajo de plástica de un niño de ocho años que fuera jóven en los tiempos de Lincoln. Ella lo observa con la boca abierta y los ojos mas brillantes que luciérnagas, como chispas centelleantes en la noche. Así me miraba cuando me abrazaba pero no sé si con la misma intensidad.

Lo saco de la bolsa y abro lo que ella llama El Tríptico: aunque solo tiene dos marcos. Menudo tríptico mas díptico y "patéptico". Mi desilusión se desinfla como un globo de colores ante un bebé, dando vueltas a gran velocidad mientras hace ruidos que suenan a pedos. Me siento ridículo al descubrir que lo que yo creía que era un trasto viejo es una extraña obra de arte que se me antoja valiosísima formada por dos piezas que se cierran entre sí, como un cuadro con forma de libro que tuviera por lomo unas grandes visagras. Claramente antes estaba formada por tres piezas pues una de las visagras está suelta, y sin duda eran de plata.

Un paisaje japonés, imagino, se abre ante mí, lleno de verdes montañas abruptas como el himalaya y hermosas casitas blancas construidas en cumbres imposibles de alcanzar. Parece tan viejo que casi temo que se desahaga en mis manos. Pero a pesar de la avanzada edad del lienzo es muy hermoso.
Es como contemplar el cielo, el de mas allá, el cielo que a todo el mundo le gustaría visitar tras la muerte, tan aislado y paradisíaco, allí, por encima de las nubes mas altas.
Tiene en un lateral grabados símbolos Kanji fascinantes y complejos, de trazos sueltos y elegantes.

Ésta vez la desconocida y atractiva besucona afro-asiática me pide amáblemente mi (supongo) posesión mas valiosa (si no lo era antes mi memento). Confío. Se lo dejo y ella lo guarda en una caja-maletín metálico. Y me vuelve a besar apasionadamente. Un trato justo, el beso lo merece.

-Te encantará el lugar a donde vamos, se parece mucho al que acabas de ver.

Me besa y yo le muerdo la oreja suavemente, jugando con su lóbulo y bajando hasta su cuello, del que no puedo resistirme a disfrutar lenta y pecaminosamente como un vampiro, sin dejar marcas, derramando gotas de placer y suaves gemidos contenidos.
Acabamos en una extraña postura semihorizontal de abrazos y besos y caricias... Con cualquier otra mujer no dejaría de preguntarme entre caricia y beso si toda esta vorágine es fruto de un profundo deseo mutuo o solo encandilamiento porque le he puesto en bandeja algo que quien sabe cuanto vale y lo que he tenido que hacer para conseguirlo si es que no era mío.

Se levanta de golpe llena de energía y me dice sonriente que tiene cosas que hacer, porque no tenemos tiempo que perder y se dirige a la cabina de control que para mi sorpresa... está vacía. La sigo y ella se sienta en el puesto del piloto y se pone a los mandos del aparato arrancando los motores despues de pulsar media docena de pequeñas palancas, botones y un tirador. Y sujeta suavemente el volante tirándo de él hacia ella cuando el avión ya ha avanzado mas de un centenar de metros de la pista. Yo, definitivamente, no sé pilotar porque no conozco la secuencia que debe ser muy básica.

-Te estarás preguntando a donde vamos.

-Me inquieta más saber de donde huímos.

La miro. Me sonríe. Me enamoro un poco más, estúpidamente, hasta la perdición.
O quizás ya estaba enamorado hasta los huesos pero no lo recordaba.
¿Amar será confiar ciégamente en una desconocida?
Ahora soy yo el que la besa por sorpresa.
Y el avión despega finalmente.

[Este capítulo marca el fin en la linea temporal de la historia]
[Los demás siguen un orden estrictamente secuencial inverso ]



Editado 1 vez/veces. Última edición el 12/11/2007 13:58 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:55
Click.

Es el ruido de un arma amartillándose. O eso parece.
En realidad es solo el seguro desplazándose hacia atrás por un pulgar envalentonado permitiendo al portador del arma acabar con la vida de varios millones de células que forman actualmente mi querido yo mismo.
Sí, me están apuntando. Y la sensación es como la de despertarse colgando de un precipicio porque no recuerdo absolutamente nada anterior a ese Click.
Y no sé ni siquiera porqué voy a morir a menos que el villano de turno que sujeta el hierro suelte su estúpido discurso final a un muerto, yo mismo otra vez. No creo que eso vaya a ocurrir a menos que el asesino sea orgulloso y sufra de incontinencia verbal que me parece no es el caso.

Miro la brillante semiautomática que me encañona, con su perfecto acabado en negro cromado en la culata y la mano pálida que la sujeta que no tiembla en absoluto pudiendo dar algo de intriga al momento. ¿Se atreverá o no se atreverá a disparar?. Lo hará.
La mano, cubierta por una chaqueta negra, pertenece a un hombre de unos cuarenta y muchos años, sonriente y burlón, con un estúpido gorro de chófer y una chaqueta tan arrugada como su cara de pasa.

Él y yo nos encontramos solos en un desierto de hiervajos y carretera de asfalto, juntos a una brillante limusina.
No hay duda de que esto va a ser una ejecución, una trampa, un tiro fácil de los de caes en la trampa, aquí te liquido y adiós que tengo prisa. Y debe ser por la situación que siento una gran incomodidad en la entrepierna, como si tuviera "una fuga". Pero no siento el líquido caliente manando asquerosamente por mi piel.

El hombre se quita la gorra con la mano izquierda y la tira simulando el arte de un torero arrojando su montera.
Suspira profundamente y parece relajarse.

-En fin ¡Se acabó mi "breve" trabajo de "chófer"! ¿Sabe? Jeje. Creo que en el fondo lo echaré de menos. JaJaJa.
Pero me compraré varias limusinas y tendré a media docena de chófers a mi servicio para recordar siempre de donde vengo. Es importante conocer tus raices y no olvidarlas.

-Oiga, no sé que le he hecho pero creo que podemos llegar a algún acuerdo o pedirle perdón o lo que sea pero no me mate.

-Paciencia hombre, no morirás de un tiro a no ser que hagas el tonto, o sí. Porque no me fío de ella, es capaz de jugármela si no la pongo en jaque así que te utilizaré como rehén hasta que esté en Rusia con el cuadro y el dinero.

-¿Entonces...?

-Pero para asegurarme que ella se toma en serio mi amenaza y se da prisa en llegar un par de horas después de hacer escala en el sur de Alaska te pegaré un tiro en la pierna. Que te vayas desangrando por el camino la motivará más.

En un gesto estúpido y valiente trate de arrebatarle el arma o al menos sujetar la mano que lo portaba para desviar el tiro y así advertir a quien fuera que fuese ella que caería en una trampa. Porque dudo que al final yo sobreviviera a un tiro en pleno vuelo y este bastardo dejara viva a una testigo de homicidio.

Él se echó hacia atrás con una agilidad que no me esperaba. Y con esa facilidad para matar, tan desagradable para las víctimas, con un simple gesto con el índice, sin cansarse, sin esfuerzo, que no hay despeinarse para estas cosas, el viejo aprieta el gatillo.

Click. Y la bala dice que no sale, que no le da la gana. Estará de huelga.
Click, click, click, mas clicks. Pero no ocurre nada. Nos miramos. No sé quien está mas asombrado, si él o yo.
Lo que sé es que no me he hecho mis necesidades encima, de eso estoy seguro, no soy un cobarde.
Pero entonces me pregunto qué es el bulto en la entrepierna... tan frío y pesado. Al moverme lo he notado con mas fuerza. Y no son mis testículos.
Él se queda con la cara descompuesta y trata de golpearme con la pistola en mi cara perpleja para equilibrar mi gesto con el suyo, descompuesto, pero con la verdadera intención de noquearme. Yo me llevo groseramente la mano a los pantalones y recibo el golpe de lleno que me da en la mandíbula pero, a parte del dolor, sin daños severos. Caigo al suelo. Saco una pequeña S&W de mi entrepierna y ahora sí....

¡¡BANG!! ¡¡¡BANG!!! ¡¡¡¡BANG!!!!

Las balas hacen su trabajo que no es digno pero si necesario en estos mundos de Dios. Y el viejo hombre-pasa cae pesadamente en el asfalto. Pasa que no sé como me las he arreglado para tener un seguro a todo riesgo en los pantalones. Y algo me dice que yo mismo habré inutilizado el mecanismo de disparo del arma del que debía ser mi chófer. Pero no lo recuerdo.

Me toco el pecho, comprobando que tengo aún el memento, mi bloc de notas, en el bolsillo de la chaqueta que llevo puesta. No hay tiempo para tonterías, lo leeré cuando esté en un lugar seguro y lejos del cadáver.
Fríamente me dirigo al coche, lo registro. Nada en los asientos. Mucho lujo por fuera pero la mininevera no tiene nada de alcohol. Lástima. Y la guantera está vacía. Diría que parece casi nueva.

Miro el maletero y descubro una gran maleta y un maletín de cuero. El maletín tiene cierre numérico.
Pruebo el primer número que se me ocurre: el que viene grabado en un pequeño símbolo en una esquina del mismo, supongo que es el modelo de la maleta.
Funciona.
Sonrío al darme cuenta de cómo he averiguado el número ya que dice mucho de mí mismo. Abro el maletín.
¡Sorpresa número dos y no sale de mi entrepierna!

Descubro lo que parece un mecanismo detonador, cables y varias cargas de plástico que yo diría que es C-4 o alguna sustancia similar. Gotas de sudor caen de mi frente perlada pero descubro que no tiemblo como tampoco temblaba cuando ya me veía fiambre hace medio minuto, mis manos están sueltas. Hay una gran nota sobre el detonador con forma de reloj Casio. Tiene mi peculiar letra así que sigo las instrucciones como si me fuera la vida en ello, porque en realidad me juego la vida.
Dice mas o menos que en caso de salir algo mal no debería dejar huellas, que el dispositivo detonador está acoplado al sistema y que tendría cinco minutos para largarme. Y que debo llevarme la maleta.

Pues dicho y hecho. Cadáver dentro del coche, en el asiento del piloto. Maletín en el asiento de atrás.
Me escribo en un post-it que encuentro en un bolsillo una orden dirigida a mí mismo no sea que pierda la memoria temporal encendida la bomba y me quede junto a la limusina hasta que ésta estalle.
Y para asegurarme que la leo me la pego en la frente. Parezco un payaso.
Me río. Bueno, acabo de descubrir que tengo algo de sentido del humor o muy poca verguenza.

Enciendo el detonador. El reloj digital se pone en marcha. Echo de menos un tic-tac de reloj de manecillas. Y me alejo caminando pero sin detenerme, maleta en mano. Que por cierto pesa poco pero no voy a detenerme ahora a examinar el conteido porque un tipo que tenga un post-in en la frente que diga algo así como "corre o muere" no se detiene a curiosear entre su escasa ropa interior y el dentrífico o lo que sea que tenga la maldita maleta.



Editado 1 vez/veces. Última edición el 12/11/2007 13:59 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:55
-Ya hemos llegado.

¿Llegado? ¿A donde? Miro el paisaje. Al infierno, que debe estar en Nuevo México. Y para colmo estará lleno de mexicanos borrachos o dormidos, o ambos. Porque esto es un páramo desierto rodeado de montañas, como Nuevo México o allí no hay montañas, no sé. No debo haber visitado nunca ese lugar.
Estoy en el asiento de atrás de una elegante limusina. Acaba de hablar el que parece ser el conductor, en un inglés americano.
Me miro. Parezco un tipo elegante, trajeado. ¿Soy rico? ¡Genial! O debería decir "Excelente".
¿Pero dónde se supone que estamos? ¿Vamos a mi residencia en Villa Zapata de la Revolución Revoltosa?

El chófer detiene el coche al comienzo de lo que parece una pista de aterrizaje por el avión que hay en ella.
El hombre es agradable y servicial, me abre la puerta y me sonríe. Parece que lleva toda la vida a mi servicio, o al menos al servicio de alguien. Le devuelvo la sonrisa.

-Gracias.

-A usted... por hacerme rico.

La sonrisilla amable del hombre detona como una bomba de hidrógeno en una risa cruel de varios megatones de carcajadas. No por la fisión de un átomo sino por el arma que saca del cinturón y con la que me apunta. Que para mí es mas o menos equivalente a una explosión nuclear.
Deja de reir.

-Pequeño cambio de planes.

-Sí, un ligero cambio de planes... se han desviado unos 9 milímetros. Planes de pequeño calibre.

-Tengo la sensación de que no es la primera vez que le apuntan con un arma. Parece desilusionado, no preocupado.

-Bueno, si le soy sincero hace diez segundos no sabía donde estaba y creía que era otra persona muy distinta de lo que voy a ser en poco tiempo, un fiambre. Porque por el lugar donde me ha traido y el hecho de haberme pillado por sorpresa diría que ni si quiera va a molestarse en cavar. ¿O ha traído una pala en el maletero?

-¿Cavar? Oh, no.

-Gracias, siempre le toca al muerto hacer su foso. Prefiero que me coman los buitres a morir cubierto de sudor y humillado.

-En realidad va usted a practicar el salto de altura.

Miro el avión.

-¿En la modalidad de los 5000 metros?

-Y le comerán los tiburones.

-Me caen mas simpáticos que los buitres. Mejor final como alimento para los peces.

-Pero como eres imbécil, y tienes el cerebro como un queso suizo, puedo confesarte que vas a morir.
Subiremos los dos al avión y dentro de quince minutos irás tan feliz como has venido hasta ahora.

-Y me obligará a saltar. ¿Ha pensando en la descompresión al abrir la puerta de la cabina?

-Puedo pegarte dos tiros cuando aterricemos. El momento no importa mucho.

-Está claro que no me ha matado ya por alguna razón. Podría pero ¿porqué no me mata ahora?

-¿Acaso importa? Lo vas a olvidar todo en un rato.

-Sí. Si fuera tan amable.

-Porque el avión no se irá sin ti. Porque ella puede ir armada. Y tú también, claro. Necesito un rehén contra ella.

Dice mientras me cachea. Al tirar de las campanas del pantalón mientras me registra noto que algo me molesta a la altura de la entrepierna. Puedo haber olvidado que tomé un sobredosis de viagra hace veinte minutos. O debo llevar unos calzoncillos de varias tallas menos de lo habitual. Juas. Éste el inconveniente de no recordar la talla que uno tiene. Viva la Memoria a Largo Plazo.

Termina el cacheo y me mira fíjamente.

-No. No me fío de ti. Eres de una raza traicionera.

Me quedo de piedra. No sé porqué he asumido que no soy indio, mexicano (quizás por eso estoy en México), ucraniano o algo peor, polaco (todo el mundo sabe cientos de chistes sobre polacos). ¿Seré un alemán nazi? ¿Afgano? ¿Iraquí? ¿Italiano? Él parece el típico americano y yo he supuesto estúpidamente que soy de su misma raza.
Echo un vistazo a mi reflejo en el cristal de la limusina y descubro unos ojos rasgados que me miran amenazadoramente y una piel blanca como la nieve ligeramente marcada por la edad como la de un treintañero. Así que debo ser chino o japonés, uno de esos empresarios de alguna multinacional de los chips o dueño de alguna textil que explota a los suyos por un dolar la hora.

Él parece pensárselo tranquilamente.
Casi puedo oir el ruido de unas viejas ruedas dentadas oxidadas girando sobre sí mismas en su cabeza. Ñiiick... ñiiick... tac-tac-tac-tacacacacat... las neuronas, reducidas en número, esclavizadas y esposadas por sus sinápsides como en una galera romana a los remos de la inteligencia, empujan el mecanismo del pensamiento a duras penas preparando un plan a marchas forzadas porque su señor no tiene muy claro aún que plan seguir.

Pero yo parpadeo y... olvido.



Editado 1 vez/veces. Última edición el 19/10/2008 18:12 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:56
El paisaje es aburrido: carreteras estatales, rutas infinitas, montañas, mas montañas. El chófer no da conversación. Cuando le pregunto cualquier cosa siempre me dice lo mismo: "Eso ya me lo ha preguntado hace media hora, señor. Ya le contesté que usted me dió la dirección pero no me dijo que haremos allí en realidad y que me pagó mucho para no revelarle el lugar porque no era aconsejable ir solo a ese lugar. Confíe en mí."

Releeo mi memento. Tacho y abrevio, no me sirve de nada el bloc de notas si contiene demasiada información.
Me pregunto si utilizar una página web me será mas práctico, al menos para tener una copia por si acaso pierdo el original. Quizás ya la haya hecho pero descubro que probáblemente esté equivocado porque no encuentro referencia alguna en mi memento a ninguna web y me doy cuenta de que no tengo ni idea de como colgar la información en Internet de forma segura. ¿Cómo memorizo una clave sin que nadie la sepa? ¿Y si me atrapan y me sueltan cerca en un terminal controlado, como el de un cibercafé de mala muerte? Acabaría cayendo en la trampa.
Creo que no debería utilizar ordenadores y mucho menos internet mas allá de un buscador porque no se me ocurre como tener un e-memento de forma segura y fácil. Al menos mi letra la conozco bien de algún modo.

Según mi memento lo intenté en la conexión a internet de una hamburguesería hace una semana y fue una pérdida de tiempo y un "voy a intentarlo" unas diez veces seguidas calculo por la marca de tiempo inicial y final, hasta que me pidieron que dejara libre la terminal porque llevaba horas chateando sin consumir.

Hay partes de mi memento, sobre todo las últimas, que me inquietan.
Faltan varias páginas, después de la última escrita, que está arrancada. Peligro.
Y no tengo ni una sola fotografía. Me sería muy útil tener una cámara pequeña pero no tengo.
Peligro. Peligro. Peligro.

También encuentro partes escritas en japonés, pocas, que entiendo perfectamente. Siempre me sorprendo al descubrir que soy asiático, qué cosas. Apunto que sería interesante cifrar de alguna forma lo importante. Y no escribir lo que quiera ocultar de cualquier médio, incluido la tortura porque podrían obligarme a descifrarlo.

¿Y si ya he codificado información importante pero aparenta ser imformación trivial como mis intentos de utilizar internet? ¿Soy japonés y no utilizo la tecnología? Debe ser una broma.
O quizás llevo demasiado tiempo en USA.
No aparece mucha información de mi vida pasada en mi memento. De hecho no sé en qué trabajo pero sí se que me llamo Nagaoka Seiichi.

Subí a ésta limusina ayer y voy rumbo a no sé donde aunque viajo hacia el norte/noroeste.
Arg. Debí apuntar lo que tenía que hacer allí.
El chófer dice que tengo mucha prisa, que le pagué doscientos dólares extras por obligarme a no entretenerme.
Jeje. No tengo nada apuntado sobre ningún chófer de limusinas. Supongo que no es "de los malos".
No. Me la están jugando. Alguien me la está jugando. Puedo sentirlo.

¿Qué hacer? Supongo que fiarme de mi instinto que me dice que averigue lo que se supone que debo hacer en ese lugar al que me llevan porque también se supone que yo he querido ir ¿pero sin apuntarlo en el memento?
Quizás no me fiaba de alguien que pudiera leerlo.

Según mis cálculos nos dirigimos a algún lugar al norte de Seattle, en el estado de Washington. Es al menos un alivio saber que estoy en un país mediocivilizado como Estados Unidos.

Estoy cansado. Perderé la memoria de un momento otro. Puedo estar dando vueltas estúpidamente y no lo sabré si no lo apunto.

12-11-2007: sigo en la limusina. Seattle a menos de una hora.

Cierro el libro y trato de dormir tumbándome en el asiento de atrás.



Editado 2 vez/veces. Última edición el 19/10/2008 18:15 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:56
Faltan dos horas para amanecer. Bajo las persianas de mi habitación. Coloco mantas sujetas por una escoba y una fregona sobre la puerta de la casa o piso en la que me encuentro para tapar la luz que pueda salir por las rendijas. Dejo la luz de la lámpara a medio gas.

Cuando creo que no escucho ruidos ni creo llamar la atención saco la nota que guardo en uno de mis calcetines y que llevo siempre conmigo. Si soy un terrorista o nó dependerá de los próximos sucesos.

Me preocupa que cualquiera que sepa japonés pueda descrubir el código para abrir mi maletín ya que es el nombre de la marca de la misma y viene grabado muy visible en una esquina del mimso en el que estoy plenamente seguro es mi idioma natal.
Y aún mas me preocupa la bomba que guardo en él maletín.
De momento seguiré en mi papel de directivo japonés. Y de la bomba o la pistola ni palabra en el memento. Alguien a parte de mí puede leerlo.

Me acuesto.

Llaman a mi habitación. Dice ser mi chófer personal.
Me visto, repaso el memento, su nombre coincide con el que tengo apuntado. Parece que todo cuadra.
Tengo "trabajo": debo llegar al punto de reunión o lo que sea.

Bajo a la calle. Estaba alojado en un motel barato y solo pagué una noche, por adelantado.

Vaya, una limusina. Según apunté llegué anoche en taxi.
El chófer me reconoce y me saluda amablemente. Se baja y me abre la puerta.

Cuando fui a a guardar la bolsa con mi ropa y mi maletín con los documentos del trabajo en el maletero se puso histérico. No es de un hombre de negocios como yo hacer el trabajo de un criado me dice. Así que me quita la bolsa y el maletín casi a tirones y me exije que me siente, porque ya guarda él la bolsa en el maletero.
Mientras nos alejamos me doy cuenta de que ha dejado la pequeña bolsa con mi ropa interior en la acera en vez de dejarla en el maletero.
¡No me lo puedo creer! Me dice que lo siente pero no puede dar marcha atrás. Así que dará la vuelta a la manzana. Qué despiste dice. Siento que debería apuntar esa nimiez en el memento: no tengo ropa interior.
O tal vez: mi chófer es idiota. Pero me dice que pagará de su propio bolsillo y comprará ropa mañana por la mañana. Y se ríe.



Editado 1 vez/veces. Última edición el 19/10/2008 18:18 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:56
Estoy en un taxi. El conductor se ha detenido en una carretera amplia y vacía.
Ya es de noche, debe de haber anochecido hace poco pero no recuerdo la puesta de sol.

Nos paramos en un semáforo. El taxista abre la guantera y saca un bote de cristal y un trapo. Murmulla algo sobre una infección que tiene en el cuello y que tiene que untarse algo y que ya le toca, que será un momento.
El semáforo se pone en verde pero el taxista para el coche, saca la llave y me dice que tengo que bajarme aquí.

Yo me quedo a cuadros. Entonces él rápidamente baja por su puerta y entra por la trasera todo lo aprisa que puede con el bote y el paño que ha empapado a toda prisa en abundancia con el líquido del frasco.
Se lanza contra mí tratando de ahogarme con el trapo viejo embriagador y siento como pierdo la conciencia pero no es por falta de aire.
¿Cómo se llamaba? Era muy volátil. Te provocaba somnolencia inmediata. Pienso en ello mientras trato de liberarme pero es imposible. Ese hombre tiene la fuerza de un toro y caigo inconsciente.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:57
Tengo entre manos algo grande, metálico y ruidoso.
No es algo sado pero suena como si lo fuera por el siniestro clack-clack que hace y porque es bastante feo, cúbico y formado enteramente de metal con huecos para que quepa una mano.
No es un coche pero tiene cuatro ruedas.
Yo lo "piloto" pero tiene a alguien sentado en el único asiento del que dispone.
Y ese alguien me mira con los ojos abiertos como platos y la baba cayéndosele por la cara de una forma enternecedora.

Lo miró. La miro, porque descubro que es niña. Y me pregunto qué hago en éste lugar, empujando un carrito de la compra con un bebé, sentado en el respaldo desplegable, que no deja de mirarme.

Miro el carrito metálico y veo que parece lleno de comida basura ligera en plan sábado noche con amigos a los que les gusta picar y nada de comida para bebés. Debo haberlo dejado para el final o será una compra de última hora.

Dios, ¿¿pero en qué estoy pensando??

¡¡¡SOY PADRE DE UNA CRIATURA!!! ¡¡¡DE UNA NIÑA PRECIOSA!!! Tiene ojos azules y cabellos castaños que se tornan rubios en las puntas. Es redondita, enternecedoramente gordita y no tendrá tres años. Babea y me mira.
Y yo me sonrío y me emociono.

Hoy, como en pocas ocasiones, puedo sentir que es maravilloso perder la memoria constantemente porque me sentiré afortunado cada vez que descubra que soy padre ¡¡¡DE LA NIÑA MAS PRECIOSA DEL MUNDO!!!

No sé si besarla en las mejillas, cogerla en mi regazo o cantarle alguna canción o todo a la vez.
Me pondría a dar voces por todo el centro comercial. La madre, mi esposa, no estará lejos.
La imagino comprando galletas muy cerca, y será tan guapa como nuestra hija.

Mi hija. Dios mío. MI HIJA.

Paseo por la sección de verduras lentamente mirándola fíjamente, limpiándole las babas y haciendole gestos y entonces me asalta la pregunta madre de todas las preguntas ¿Cómo se llama esta preciosa criaturita?

-Cariño... ¿Cómo te llamas? Di tu nombre...
Nommm.... bree...

Ni idea, lo tendré apuntado en mi memento, al igual que MI nombre. Aunque ella puede que me llame por mi nombre o me llamará papá. Estoy nervioso. Qué responsabilidad. Espero que no me diga "tito". ¿Cómo puedo tener una hija o irme a comprar con ella con mi enfermedad? ¿Y si creí curarme pero he recaído? Sería un caso muy triste. ¿La madre me abandonaría? ¿Y si ya lo hizo? Interrogantes. Alto, no pierdas el tiempo. Haz la compra mientras juegas con la niña. Cuéntale algo gracioso, un chiste con gestos. Ah, vaya, tengo un patito de goma, de los de baño, que al estrujarlo hace reir a la niña. Es un ángel. Nos miramos y me siento el hombre mas feliz de la tierra. Gu-gu.

-Di-tu-nom-bre... chiquichiqui... gulugulu... -le hago cosquillas y se ríe...

Me doy cuenta de que hay una mujer que me sigue y me mira con preocupación. ¿Conoce mi problema o solo se mete donde no le llaman? O puede ser mi esposa. No es tan guapa como me la imaginaba.

Giro en el pasillo a la izquierda y vuelvo a girar a la izquierda otra vez. Sección de verduras, ya estoy otra vez aquí. Esa mujer me sigue descaradamente.

Miro la que supongo es la lista de la compra que guardo en el bolsillo de la camisa:

"Te
siguen,
huye
sin
llamar
la
atención"

¡¡Arggg!! Sección de fritos. Cojo bolsas de chettos, panchitos, patatas fritas sabor queso, lo que sea, todo lo que pese poco y abulte mucho mientras miro por encima del hombro a mi alrededor. Me preocupa la niña, tengo que protegerla a toda costa ¿Quieren arrebatármela? ¿Serán los de protección del menor?

Acelero disimulandamente todo lo que puedo hasta llegar a la caja. La chica ayudante de caja me va a llenar varias bolsas pero yo solo quiero una grande por si tengo que salir con la niña en un brazo y la bolsa en otro.

Me va guardando las cosas. Estoy nervioso. Esta niña es preciosa. No quiero perderla. No, no quiero tantas bolsas de fritos, me he equivocado. Solo una bolsa grande. Bajo la montaña de bolsas de patatas hay un tablero de madera y tela viejo. La chica me mira interrogante. Ésto es suyo me dice y lo mete en la bolsa sin cobrármelo. Bueno, pues a la bolsa pero con prisas.
Me dice que son tantos dólares. Cojo a la niña en brazos y pago el triple y digo que se quede con el cambio porque voy con prisas. La señora que me seguía deja su carro lleno junto a la caja y viene directa hacia mí a toda prisa. La chica de la caja me dice que no aceptan bote. Pues si no lo aceptan lo tiran al suelo o se lo dan a esa señora que viene con tanta prisa. Y empujo el carro cargando niña y bolsa y saliendo a toda carrera.
Suelto el carro e inicio un ritmo a paso acelerado sin llegar a ser peligroso porque no quiero tropezar y que se me caiga la niña.

La mujer que me sigue grita como loca y me persigue pasando por la caja sin productos. Corro al aparcamiento y busco mi coche.

¿Pero tengo coche? ¿Cuál? ¡Maldita sea!

La señora me intercepta: -¡¡¡Devuélvame a mi hija!!!- Me grita como una desquiciada agarrando a la niña.

No deja de gritarme mientras pienso en una solución: desde luego el autobús no es un método de huída rápida.

-¡¡Jenny!! ¡¡Mi pequeña!! ¡¡Oiga!! ¡¿De verdad creía que podría robarme a mi hija así como así?!

-¿Su hija? Oiga, estaba en mi carrito de la compra.

-¡Págueme los otros quinientos pavos que me prometió!

-¡¡¿¿Señora??!!

-Mire, no se haga el maldito j$%&#@, b?Ç#@%&!, ¡¡Ladrón de niñas!!

-Oiga... No entiendo... yo... estoy confuso... ¿Qué fué lo que le dije exactamente?

-Mire, -bajando un poco la voz, ya que hablaba a gritos- me pagó quinientos pavos por prestarle la niña en el supermercado. Ya no me da pena, ¿sabe? Si su jefe la ve o no con una hija me da lo mismo. Además, ¿cómo va a tragarse su jefe que usted tiene una hija adoptada? Porque se ve a la legua que usted no ha sido padre en su vida.

-Yo...

-La próxima vez que engañe a su jefe pidiéndole un aumento con excusas no diga que tiene una hija por mucho gasto extra que le suponga. Invéntese otra excusa mejor, como un divorcio, que seguro que son mas caros.
Engañarle tan estúpidamente haciéndole creer que tiene una hija de tres años... se está jugando el despido... señor mío. Le digo señor mío por no llamarle g#@~%&$#@... maldito $@%?&@"?@#%

Me miro en el cristal del coche mas cercano. Dios. Soy japonés o chino. Y he hecho un trato absurdo a la desesperada con esa mujer... para camuflarme entre la gente.

Miro a mi alrededor. Quien me esté siguiendo sabe sin duda donde estoy después de esta bronca en el aparcamiento.

La mujer se marcha con Jenny, mi hija por quince minutos.
Adios Jenny. Nunca te olvidaré. Nunca para mí son de diez minutos a una hora con suerte.

Un taxi se detiene frente a mí. Un hombre sonriente saca la cara por la ventanilla y me dice "tiene usted cara de querer ir a algún lado y no conocer la ciudad ¿busca alojamiento?"

-Yo... sí, qué casualidad.

Me subo al taxi.

El taxista es algo charlatán:
-Tengo un don para saber cuando alguien busca un taxi sin pedirlo. ¿Sabe? Usted parecía perdido, como ido. ¿Ha tenido una bronca con aquella mujer en el aparcamiento?

-Yo... es una historia muy larga...

-Cuéntemela, se calmará. Parece alterado.

-Yo... creía que era padre... pero soy soltero, bueno, eso creo pero tampoco estoy seguro ¿sabe? La vida es muy extraña. Por un momento he sido tan feliz y luego... no sé... todo tan extraño... es... agh...

Paró en un semáforo y se volvió para mirarme a la cara. Eso no lo hacen los taxistas. Miró con mucha atención la bolsa como tratando de identificar lo que había comprado.

-¿Y la bolsa de la compra? ¿Quiere que se la guarde mejor en el maletero?

-No gracias, pesa poco.

-¿Está de paso? Porque parece un soltero que busca atiborrarse de todo tipo de porquerías en un motel.

Saqué mi memento tratando de disimular todo lo que pude. Tengo que tomar nota de este tipo, es MUY sospechoso.

Sí, me alojo en un motel. Está cerca de aquí.



Editado 1 vez/veces. Última edición el 19/10/2008 18:34 por jcdenton.
Re: Memento: Dos tercios del cielo
12-November-2007 13:57
Estoy corriendo como un loco por la calle. Siento como si llevara quince minutos corriendo sin parar: el aliento me empieza a faltar pero paradójicamente parezco en forma porque siento que podría correr otros quince minutos más. Sé que me persiguen claramente, oigo los pasos fuertes y acelerados y la voz que me grita ¡DETENTE! ¡NO HUYAS BASTARDO!.

Pueden ser mas de uno pero a ciencia cierta no sé cuantos son ni porqué me persiguen. Tengo algo viejo de madera y tela bajo mi brazo izquierdo y una pequeña pistola en mi mano derecha pero no me parece adecuado esperar a mi perseguidor para acribillarlo: puede ser la policía o algún inocente a quien le he robado la cartera. Corro con todas mis fuerzas, giro otra calle y me encuentro de frente con un supermercado. Me meto la pistola, con el seguro puesto, en los calzoncillos y entro a toda prisa en el supermercado.
Recorto un pedazo de papel en el tablón de anuncios y escribo con el bolígrafo que cuelga del mismo:

"Te
siguen
huye
sin
llamar
la
atención"

Porque no puedo olvidarme de la persecución de un momento a otro.
Guardo el papel en el bolsillo de mi camisa, cojo un carro y "hago la compra". Dejo el trasto viejo en el fondo del carro y lo recubro con bolsas de fritos rápidamente. Miro mi cartera. Dios, está de pasta que arde.
Veo a una mujer sola de compras con una niña preciosa.

Buscan a un hombre solitario. Si tienen mi descripción somera, si no me han visto como yo no les he visto a ellos, ignorarán a un "padre con su hija de compras". Me arriesgo. Hablo con la madre, compra las ofertas y tiene el carro medio vacío. Le ofrezco mucha pasta, solo quiero pasear con la niña por el supermercado porque le cuento que mi jefe está también comprando y le dije que tenía que salir antes por que mi esposa no podía cuidar de mi hija, bla bla bla además de haberle pedido un aumento hace tres años por tener un crío bla bla bla pero no tengo hijos bla bla bla mi mujer no puede tenerlos bla bla bla le ofrezco mas pasta, antes y después. Solo será media hora y ella me seguirá a escasos cinco metros todo el tiempo. Acepta nerviosa porque me ve temblando de miedo. Miro a todos lados constantemente. La niña es callada y le llamo la atención. Se fija mucho en mis ojos. La mujer me dice que estoy loco pero que se imagina que todos "son así de raros, los de su país".

Creo que acaba de entrar mi perseguidor en el supermercado así que doy las gracias a la señora y sigo haciendo la compra mientras miro a la niña curioso.



Editado 1 vez/veces. Última edición el 20/11/2007 16:11 por jcdenton.
Re: Memento: Dos partes del cielo
20-November-2007 15:33
Estoy conduciendo. Freno a fondo. Casi mato a un gato que cruzaba la calle.
Me embiste por detrás un cuatro por cuatro negro que me deja en medio de un cruce. ¿Pero qué es esto? ¿Qué ocurre?

Bajo del coche cogiendo lo único que tengo a mano: una bolsa con algo dentro, parece de tela y madera. No hay tiempo que perder.

Corro frenéticamente hasta el primer callejón que encuentro. El coche me sigue hasta él y alguien se baja a toda prisa para perseguirme a la carrera.

Giro a la derecha. Giro a la izquierda. Entro en un viejo edificio. Subo escaleras. Vamos, vamos. ¡Te pisa los talones!. Oigo sus pisadas en el metal.
Sigo subiendo.

Clank, clank, clank.

Hay una ventana que da al patio de una casa colindante. Salto por ella.
Zas. Llego hasta una escalera de incendios. Bajo a toda prisa. Puede que lo haya despistado.
Tiro la bolsa, roja para llamar bien la atención, juas, y examino el interior: algo de tela y madera vieja y... un pequeño revolver. Oigo pasos acelerados.

Sigo corriendo sin parar...



Editado 3 vez/veces. Última edición el 20/11/2007 16:14 por jcdenton.
Re: Memento: Dos partes del cielo
20-November-2007 15:36
Salto por encima de un enorme seto. ¡Dios! ¡Casi me estampo contra la valla de hierro del otro lado!

Hay una reja. ¿Qué diablos hago corriendo como un loco? Miro a mi espalda:

Puedo ver un gran jardín y una ENORME casa victoriana. Tengo algo entre las manos, parecen dos cuadros viejos unidos. Está muy liado en tela. Oigo perros y un motor de coche que ruje como veinte leones juntos de la sabana.

-¡¡Maldita sea!!

Corro como un loco, salto la enorme valla de hierro rezando para que no esté electrificada. Me encuentro en un camino de tierra al otro lado. Hay un utilitario aparcado con las llaves puestas. Junto al asiento del copiloto hay una bolsa roja. Meto en ella el cuadro. Arranco. No sé a donde me dirijo pero piso a fondo y trato de alcanzar la ciudad que indican los carteles. ¿Cómo se llamaba? Arg, no me ha dado tiempo a leerlo. Mi perseguidor me sigue muy de cerca en un lujoso cuatro por cuatro negro brillante.

¡Debo apuntar todo esto! Pero no puedo escribir y conducir al mismo tiempo.

En cinco minutos llego a lo que parece un barrio tranquilo de un maldito pueblucho americano de vete-a-saber-donde.



Editado 2 vez/veces. Última edición el 20/11/2007 16:15 por jcdenton.
Re: Memento: Dos partes del cielo
22-November-2007 15:37
Golpean una puerta con fuerza.

BUM, BUM, BUM.

Estoy en un despacho muy lujoso y amplio. Hay figurillas de origen oriental y libros antiguos en enormes estanterías. Desde cerámicas con extraños grabados a hermosos cuadros de lo que supongo eran grandes guerreros de la época del japón milenario con sus imponentes armaduras. Paisajes y retratos por doquier en cada rincón de la sala.

Uno de los grandes guerreros con máscaras de demonio me observa y se lleva la mano a la gran katana que le cuela del cinto. En realidad está estático, perpetuado por los siglos en el cuadro, pero me pone muy nervioso. Aunque mas nervioso me pone la cámara que me observa desde una esquina.
Pero está ciega, tiene los cables cortados en la base.

Siguen golpeando la puerta y me dan voces en un perfecto inglés británico.

En un enorme escritorio central hay un cuadro envuelto en telas que parece ser lo único que falta en las paredes, en un hueco reservado y ahora vacío justo enfrente del propio escritorio para ser contemplado mientras se trabaja en él.

Algo huele a quemado. Me acerco a la papelera que está junto al escritorio y descubro algunas notas escritas de mi puño y letra de las que ya solo quedan poco mas que los restos.

Vuelven a golpear la puerta con fuerza, como si un toro estuviera dándole cornadas. No me gusta. Opto por la fuga.

Trato de abrir la ventana. Tiene cierre de seguridad.

Cojo la silla, la lanzo contra ella. Cojo también el cuadro sobre el escritorio y salto a la calle. Echo a correr por un gigantesco jardín dejando atrás una hermosa casa victoriana.

Corro y no dejo de correr.



Editado 3 vez/veces. Última edición el 22/11/2007 15:41 por jcdenton.
Re: Memento: Dos partes del cielo
19-October-2008 18:54
Hace frío, mucho frío.

Una corriente de aire me cala hasta los huesos. Me duele el cuello y la espalda y me encuentro tumbado en una posición incómoda.

Apenas hay luz allí donde me encuentro, un lugar muy, muy apretado. La poca iluminación viene de un par de metros mas allá, de una rejilla en el suelo. Al avanzar hacia ella me golpeo la cabeza contra un techo metálico demasiado bajo. Ni siquiera me puedo poner en cuclillas.

Estoy en un conducto de ventilación. Maldita sea mi estampa.

La rejilla se desengancha fácilmente. Salgo lentamente a una amplia estancia que parece ser la sala de una exposición de arte japonés de la época de los samurais: las paredes están adornadas de cuadros, katanas y máscaras de temibles guerreros orientales.

Una figura armada me vigila en silencio. Su cara demoníaca me da pavor. Me vigila.
Pero desde una esquina de la habitación un ojo nos vigila a ambos.

Como no me gustan las cámaras de seguridad, ya que sea lo que sea que estoy haciendo aquí no es algo bueno, me acerco y como puedo desengancho los cables que la conectan al circuito cerrado. Y entonces me doy cuenta de que tengo algo escrito con bolígrafo en el dorso de mi mano izquierda que casi se me ha borrado completamente por el sudor: Cielo sobre Kyoto.

Extraño.

Hecho un vistazo rápido a las figuras y adornos. Y en una de las placas a pie de cuadro reconozco las palabras.

Idiota. Debo ser un idiota muy curioso o un ladrón de poca monta porque no se me ocurre otra cosa que cojer el cuadro, sin más ¿Qué pasa con las alarmas?
Y dejarlo sobre la mesa para examinarlo con atención ¿Porqué ese cuadro? ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Cómo diablos saldré de aquí? ¿Me habrán visto ya los guardias por la cámara?
Re: Memento: Dos partes del cielo
28-October-2008 00:09
Tengo un gran cuchillo en mis manos. Parece afiladísimo pero no me atrevo a tocar el filo para comprobarlo.

Tambien tengo sangre en las manos y en la ropa. Respiro con dificultad pero mantengo la cabeza fría ¿He matado a alguien?

Una tabla de madera sobre la mesa metálica frente a mi me confirma que al menos he descuartizado un animal de cuatro patas pero que seguramente ya estaba muerto. Hay una gran cantidad de carne acumulada en una enorme bandeja a mi derecha.

Me duelen las manos ¡Maldita sea, estoy trabajando en una cocina! ¿Chef o ayudante de última fila?

Chac, chac, chac. No me puedo resistir a terminar el trabajo: faltaban algunos trozos por cortar.

Vale, ya está ¿Busco a mi jefe para preparar toda esa carne? Habrá que asarla, o qué sé yo. Uhmmm... no tengo ni idea de que hacer. No hay duda de que no soy cocinero profesional.

En la mesa paralela a ésta hay un japonés dándome la espalda y trabajando con tesón en algún tipo de salsa extraña. Bate, añade un ingrediente raro, sigue batiendo y prepara arroz para lo que parecen pequeñas delicias de sushi. Y todo ello cantando en japonés. Lo hace fatal.
Diría que está algo borracho. Unos rápidos lingotazos a una botella de sake lo confirman.

Aprovecho que está distraido para mirarme los brazos (tatuajes) y los bolsillos (¡bingo! hay un papel escrito con mi letra y un bolígrafo).

«Objetivo: robar el "Cielo sobre Kyoto".»

Y unas someras indicaciones ininteligibles:

«Cocina. Aire. izquierda, derecha, recto, derecha»

Dejo el cuchillo junto a la carne, me quito la bata, me limpio las manos en el fregadero y observo a mi alrededor con atención. Cacerolas, humo, cuchillos, cazos, botes de especias, berridos como falsetes y una pila de platos con hermosos grabados en rojo apilados.
Y una entrada a las tuberías de ventilación.

Me apunto en la mano el nombre del papel entre comillas, guardo la nota y tratando de ser lo mas silencioso posible quito la rejilla de ventilación para encaramarme al conducto.

Debo estar como una cabra.
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