Camino despacio por una ancha carretera de asfalto. Noto el sol en mi nuca y el fuerte viento golpeándome en la cara. El paisaje no es agradable: un desolado páramo rodeado por montañas como colmillos por todo el horizonte y una vieja torre de hormigón en la distancia cubierta por tantas antenas como púas tiene un erizo en la espalda.
Hay una estilizada avioneta moderna a mitad del camino de asfalto. Tiene la escalerilla bajada y una silueta femeninamente perfilada que parece esperar a los pies de ésta.
Me duele la mandíbula y no sé porqué. De hecho no se nada, ni siquiera sé mi nombre. Pero sigo caminando.
Llevo portando en mi mano derecha una gran maleta de viaje negra, pero es liviana. ¿Qué habrá en su interior si es que no está vacía? ¿Porqué llevaría una maleta vacía?
Vuelvo a mirar a mi alrededor, el lejano horizonte siniestro y monótono de picos dentados.
Tengo algo molestándome la visión, pegado a la frente. Lo toco, lo despego. Es un post-it.
Parece como si me hubieran gastado una broma. Seguramente dirá algo como "soy tonto" o "comida para buitres".
No me da tiempo a leer lo que tiene escrito cuando algo estalla a mi espalda en mil pedazos.
Me agacho y me giro instintívamente para ver como un gran coche arde y se eleva algunos metros sobre el suelo.
El ruido es por un segundo ensordecedor y los cristales rotos del parabrisas vuelan como piedras de honda hasta llegar a mis pies aunque me encuentro lejos del vehículo. Noto el calor momentáneo que trae hasta mí el viento y el corazón se me encoje dejando de latir varios segundos hasta que decide que es la hora de partir de la estación y, como una locomotora a toda marcha, bombea sin parar quemando hasta el último tronco en la caldera que es mi pecho.
No se mi nombre pero poco me importa ahora. Pienso en correr hacia el coche para comprobar si hubiera alguien cerca que necesitara mi ayuda. Pero decido leer la nota adhesiva que aún tengo en mi mano:
"aléjate del coche, ¡¡va a explotar!!"
Diría que es mi letra, si es que puedo reconocer mi letra. Extraño.
Los restos calcinados aún arden. Huelen a tapicería de cuero quemada y a humo de gasolina, como cualquier bar de carretera.
Me quedo varios minutos en blanco observando las llamas y decido que sea cual sea la situación en la que me encuentro tengo que buscar una salida, una vía de escape hasta que pueda saber lo que ocurrió. Comida y agua.
No se ve ni rastro de vida a mi alrededor excepto en la avioneta estacionada en lo que parece que es una pista de aterrizaje en un aeropuerto desierto en medio de ninguna parte. Corro hacia ella aunque temeroso de lo que pueda encontrar.
Una mujer alta y bien abrigada me espera paciente junto a la escalinata observándome divertida pero con una sonrisa de felicidad desbordante y se acerca cuando me detengo a solo unos metros del avión. Lleva una gran gabardina clara que contrasta con su tez claroscura, de mestiza afroamericana. Solo entonces me fijo en mi ropa, para contrastar: voy enchaquetado con esmoquin y corbata.
Me invita con un simple gesto a subir al avión. Dudo unos segundos largos que ella aprovecha para acercarse más y abrazarme con una extraña confianza, besándome, primero con fuerza como si quisiera robarme el alma bebiendo hasta la última gota de mis labios y luego con ternura, varias veces en las mejillas y en la frente. Sus labios saben a un licor dulce y embriagador. Me siento mareado y necesitado de otra ronda de besos.
Ella habla y su voz me suena dulce en los oidos pero contenida, ocultando un carácter fuerte y sabiamente comedido.
-Temí lo peor cuando te vi forcejear con él. Debiste avisarme y hubiera tomado medidas.
¡Vamos, sube, tonto!.
Me besa sin decirme nada, me habla de forcejear ¿con quién? Y quiere que suba a un avión del que no sé nada a no sé donde. Cuanto menos estoy sorprendendido.
Pero me sorprenden más sus ojos ligeramente rasgados, desvelando un origen asiático y exótico. Brillan intesamente pero no sé si de fulgurante sinceridad o porque guardan un reluciente secreto.
Quiero huir de aquí, del páramo, con ella y parece que el avión es el único medio si no quiero caminar durante horas sin saber si encontraré algún pueblo o carretera transitada. Qué diablos, solo por su belleza y esos besos me quedaría aunque descubriera que solo está jugando conmigo Dios sabe porqué motivo.
Me mete la mano entre la gabardina pero no con fines lascivos. Decepción. Saca un libro de notas, ¡mi memento!.
-¡Ya no lo necesitarás!- Me dice como si fuera una guía turística de Toronto.
No me da tiempo a reaccionar cuando ella arranca hojas y las deja caer. El viento se encarga de arrastrarlas lejos, muy lejos. Siento como si me arrancaran recuerdos, la piel de mi alma, a tiras. Estoy paralizado de terror. Mi vida, mi nombre, de donde vengo, como me gano la vida, quien soy al fin y al cabo. Todo estará anotado en esa libreta.
Ella me sonríe y acaba con las últimas hojas que me dicen adiós agitándose en bucles del aire como pañuelos de despedida.
-Ya está. Créeme, es mejor que te deshagas de estos recuerdos. No te servirán de nada allí donde vamos.
Una nueva vida, mi amor.
Decido subir al avión y ella me sigue, tirando de la escalera-puerta hasta cerrar el umbral, mi única salida, de la cárcel alada en la que he ingresado, ésta vez sin identidad ni recuerdos que releer. Me siento como un héroe de comic que en el número 243 descubre que el nuevo-editor-novato de la imprenta ha borrado por error todos los números anteriores. ¿Y mi archienemigo? ¿Quién es? ¿O soy un archivillano? ¿Dónde está mi superguarida? ¿Tenía algún gadget? ¿Algún poder? ¿Es ésta mujer la pareja del héroe o una clon creada por mi mortal oponente para engatusarme después de haberme frito con su rayo desmemorizador? ¿Seré un secundario? Me río de mis estúpidas ocurrencias frikis.
Qué diablos. Apechugando y viviendo el momento.
Me acomodo como si estuviera en mi casa, en unos cómodos sillones de color rojo, situados a lo largo del estrecho pasillo que forma el interior del avión. Ella se quita un gorrito de lana gris-plata liberando una larga melena negra que suelta para mi gozo pillado por sorpresa y atrapándome como a un espectador hipnotizado en un anuncio de gel para cabellos sanísimos que dan un placer orgánico, muy a cámara lenta, revoluciona mi motor al desabrocharse la gabardina, que suelta botón a botón, como chicanes de unas curvas que sin ser cerradas harían estrellarse al mejor piloto de Fórmula uno.
Mientras agita su pelo trato de aguzar la vista explorando con la mirada el valle de Venus pero su ropa no permite apenas ver la ladera de unas colinas que mi ejército de hormonas quiere conquistar a toda costa, coronando sus cumbres de placer y cruzando los montes para jugar con su rosa de los vientos, el centro del mapa carnal, que se asoma bajo los últimos botones de su camisa semiabierta y aún mas al sur, allí donde la selva negra pierde su nombre hasta las profundidades de La Tierra, cual Julio Verne sexual.
Atila deja de soñar en conquistar el mundo pues siente ociosas sus manos, que desean acariciar y no vivir de caricias en sueños pero aguarda el momento oportuno para el ataque.
Trato de relajarme, de no divagar en sueños.
Ella se sienta frente a mi, muy cerca, rozando mis rodillas con las suyas. Me mira curiosa, me guiña un ojo y rompe totalmente la ensoñación al tirar de mi maleta, que he dejado en el suelo entre mis piernas bajo el asiento. Pero ésta vez no me pilla por sorpresa. La retengo y las miro inquisitivo, a ambas. La maleta no me devuelve una mirada adorable y engatusadora pero ahora mismo es tan misteriosa como la dueña de la mirada. Tengo que descubrir el contenido de la maleta antes de que ella meta mano al interior. Y no me sirve distraerla con besos porque está claro que está aún mas interesada en la maleta que yo y acabará adelantándoseme.
Ella hace un amago de sonreir pero parece preocupada.
-¿No lo habrás dejado en la limusina?
-¿Qué he podido dejar...?
Abro lentamente la cremallera de la maleta y descubro lo inesperado, lo impensable: un pato amarillo y rojo de los que encuentras en una bañera, un bote de salsa picante, bolsas de panchitos, patatas fritas, nachos y otros aperitivos, y unas destartaladas piezas de madera carcomida recubiertas por vieja tela unidas por visagras oxidadas. Todo dentro de una gran bolsa de papel de las que se suelen encontrar en lo supermercados.
Esperaba encontrar una bolsa llena de billetes, o armas, o bolsas de cocaina o al menos ropa y comida.
Pero me encuentro los ingredientes de un güateque de adolescentes del dividí, algo que se habrán encontrado en la calle los chavales a los que les robé la compra y un patito de juguete del hermano pequeño de alguno de ellos.
Ella grita:
-¡EL TRÍPTICO!
¿Uhmmm? Recogo esa cosa vieja con cuidado que hay entre las patatas fritas. No oigo el click del seguro de ningún arma en sus manos. Vamos bien, parece que no tiene o no la ha sacado aún.
El Tríptico parece el trabajo de plástica de un niño de ocho años que fuera jóven en los tiempos de Lincoln. Ella lo observa con la boca abierta y los ojos mas brillantes que luciérnagas, como chispas centelleantes en la noche. Así me miraba cuando me abrazaba pero no sé si con la misma intensidad.
Lo saco de la bolsa y abro lo que ella llama El Tríptico: aunque solo tiene dos marcos. Menudo tríptico mas díptico y "patéptico". Mi desilusión se desinfla como un globo de colores ante un bebé, dando vueltas a gran velocidad mientras hace ruidos que suenan a pedos. Me siento ridículo al descubrir que lo que yo creía que era un trasto viejo es una extraña obra de arte que se me antoja valiosísima formada por dos piezas que se cierran entre sí, como un cuadro con forma de libro que tuviera por lomo unas grandes visagras. Claramente antes estaba formada por tres piezas pues una de las visagras está suelta, y sin duda eran de plata.
Un paisaje japonés, imagino, se abre ante mí, lleno de verdes montañas abruptas como el himalaya y hermosas casitas blancas construidas en cumbres imposibles de alcanzar. Parece tan viejo que casi temo que se desahaga en mis manos. Pero a pesar de la avanzada edad del lienzo es muy hermoso.
Es como contemplar el cielo, el de mas allá, el cielo que a todo el mundo le gustaría visitar tras la muerte, tan aislado y paradisíaco, allí, por encima de las nubes mas altas.
Tiene en un lateral grabados símbolos Kanji fascinantes y complejos, de trazos sueltos y elegantes.
Ésta vez la desconocida y atractiva besucona afro-asiática me pide amáblemente mi (supongo) posesión mas valiosa (si no lo era antes mi memento). Confío. Se lo dejo y ella lo guarda en una caja-maletín metálico. Y me vuelve a besar apasionadamente. Un trato justo, el beso lo merece.
-Te encantará el lugar a donde vamos, se parece mucho al que acabas de ver.
Me besa y yo le muerdo la oreja suavemente, jugando con su lóbulo y bajando hasta su cuello, del que no puedo resistirme a disfrutar lenta y pecaminosamente como un vampiro, sin dejar marcas, derramando gotas de placer y suaves gemidos contenidos.
Acabamos en una extraña postura semihorizontal de abrazos y besos y caricias... Con cualquier otra mujer no dejaría de preguntarme entre caricia y beso si toda esta vorágine es fruto de un profundo deseo mutuo o solo encandilamiento porque le he puesto en bandeja algo que quien sabe cuanto vale y lo que he tenido que hacer para conseguirlo si es que no era mío.
Se levanta de golpe llena de energía y me dice sonriente que tiene cosas que hacer, porque no tenemos tiempo que perder y se dirige a la cabina de control que para mi sorpresa... está vacía. La sigo y ella se sienta en el puesto del piloto y se pone a los mandos del aparato arrancando los motores despues de pulsar media docena de pequeñas palancas, botones y un tirador. Y sujeta suavemente el volante tirándo de él hacia ella cuando el avión ya ha avanzado mas de un centenar de metros de la pista. Yo, definitivamente, no sé pilotar porque no conozco la secuencia que debe ser muy básica.
-Te estarás preguntando a donde vamos.
-Me inquieta más saber de donde huímos.
La miro. Me sonríe. Me enamoro un poco más, estúpidamente, hasta la perdición.
O quizás ya estaba enamorado hasta los huesos pero no lo recordaba.
¿Amar será confiar ciégamente en una desconocida?
Ahora soy yo el que la besa por sorpresa.
Y el avión despega finalmente.
[Este capítulo marca el fin en la linea temporal de la historia]
[Los demás siguen un orden estrictamente secuencial inverso ]
Editado 1 vez/veces. Última edición el 12/11/2007 12:58 por jcdenton.